La primera impresión que uno tiene al verlo a través de la pantalla, es que Duvan es un niño feliz. Sonrisa expansiva, el dedo arriba, su saludo es luminoso y alegre como él. Detrás está Amparo, su mamá, y Paula, su hermana adolescente. Duvan tiene nueve años. Su capacidad verbal es limitada. En la media hora que dura la conversación que sostengo con él y su familia, repite “bolón”, varias veces. Amparo me explica que le gusta mucho jugar con el balón. Paula, su hermana, me cuenta que también le gusta ver “Jorge, el curioso” en pantalla.
Su madre me dice que la pandemia fue muy difícil. En la casa viven con dos de los hermanos de Amparo, los padres de ella, que son ya muy mayores, Paula y Duvan. Para ella, lo más difícil fue el encierro: “El niño no conseguía conectarse de manera virtual y no pudo aprovechar de las clases. Además, a Duvan lo que le gusta es pasar tiempo con otra gente y eso en el confinamiento se hacía complicado”.
Hace un par de semanas volvió a ir a la institución de educación especial Hogares el Rosalito, a donde va de lunes a viernes. “¿Sabe escribir, o leer?”, Pregunto. “No”, dice Amparo. “Pero hace garabatos”. Se sincera al decir que para ella fue muy duro saber del diagnóstico de su hijo. Se lo dijeron en el hospital, pocas horas después de haber nacido, una enfermera que le sugirió institucionalizar al niño, y que remató el comentario diciendo que lo mejor sería no encariñarse con un niño que apenas viviría un puñado de años.
Lo cierto es que Duvan ya va para los diez años. Se ve alegre y saludable, y nada en él indicaría que no tiene un largo camino hacia delante. La segunda vez que Amparo se llevó una decepción muy grande fue cuando llevó a su hijo a la pediatra. El niño tenía más de año y medio y no caminaba. La pediatra le aseguró “como médica” que el niño jamás caminaría y que lo mejor sería conseguir una silla de ruedas más temprano que tarde. Meses más tarde de este dictamen, por suerte fallido, Duvan comenzó a caminar.
Aunque Amparo se recuerda derrotada en la cama de hospital después de haber dado a luz intentando comprender qué era aquello del “síndrome de Down”, de lo que dice no haber escuchado hablar hasta entonces, reconoce que las cosas han salido mejor de lo que esperaba. Para comenzar, nunca imaginó tener tanto apoyo. Por una parte, su mamá siempre le dio coraje para sacar adelante a su muchacho sin darse por vencida. Por otra, el padre del niño, carpintero de profesión, si bien no vive con ellos, cubre los gastos del alquiler y el mercado, algo esencial para ella y su familia, donde ninguno de sus miembros tiene un empleo formal. Paula se expresa con ternura sobre su hermano a lo largo de la conversación: “él no se pierde de nada, siempre quiere estar en la jugada. A los niños como él les encanta la gente, y no entienden a las malas. Solo cuando se les trata con cariño”.
Texto de Melba Escobar
Fotografía de Coque Gamboa
El texto y la imagen hacen parte del Calendario Best Buddies Colombia 2022 - Historias de un año como ningún otro.
Commentaires